Aunque mi propósito era centrarme en la poesía, hace poco leí
Las uvas de la ira y no puedo resistir hacer una entrada sobre la
novela (espero que no pase nada por cambiar mis propias regla, ¿no?).
Sí, parece mentira que a estas alturas hay leído Las uvas de la ira. Pero
tengo dos excusas. Una es la de que hay tanto que leer que el orden de
espera no siempre es justo. Y, segundo, esa coartada patética de que
había visto la película y ya sabía el final. No, en serio: la película
de John Ford tiene tanta fuerza que no sabía qué más iba a aportar la
novela. Esas palabras finales en la voz de Henry Fonda te dejan con un
nudo en la garganta. Aunque ese no es exactamente el final en el libro, anticipo ya.
Al final, afortunadamente, me acerqué a la novela. Magnífica idea.
Especialment en estos tiempos es perturbador leer una obra maestra que habla de los
derechos de los trabajadores, de inmigración, de injusticias. Ver el
mundo con los ojos de los inmigrantes que lo que quieren es trabajar.
Vivir.
Es una lectura complicada en inglés porque Steinbeck reproduce el fuerte
acento de los personajes cuando hablan. Y es un libro duro, con
momentos espeluznantes, tanto moral como físicamente. Steinbeck domina
el relato desde el principio, con alternancia de capítulos donde cuenta
la historia de los Joad y otros donde va retratando circunstancias y
escenas paralelas. Hay también momentos divertidos en los que no puedes
evitar la sonrisa, como el capítulo en el que los dos niños descubren un
inodoro por primera vez en su vida.
Imprescindible. Aquí va una muestra:
–Mira –dijo el joven–. Suponte que tú ofreces un empleo y sólo
hay un tío que quiera trabajar. Tienes que pagarle lo que pida. Pero pon
que haya cien hombres –dejó descansar la herramienta. Sus ojos se
endurecieron y su voz se volvió más penetrante–. Supón que haya cien
hombres interesados en el empleo; que tengan hijos y estén hambrientos.
Que por diez miserables centavos se pueda comprar una caja de
gachas para los niños. Imagínate que con cinco centavos, al menos, se
pueda comprar algo para los críos. Y tienes cien hombres. Ofréceles
cinco centavos y se matarán unos a otros por el trabajo. ¿Sabes lo que
pagaban en el último empleo que tuve? Quince centavos la hora. Diez
horas por un dólar y medio y no puedes quedarte allí. Tienes que quemar
gasolina para llegar –jadeaba de furia y sus ojos llameaban llenos de
odio–. Por eso repartieron los papeles. Se pueden imprimir una burrada
de papeles con lo que se ahorra pagando quince centavos a la hora por
trabajo en el campo.
–Es asqueroso, apesta –dijo Tom.
–Quédate un tiempo y si hueles alguna vez rosas, avísame para que pueda olerlas yo también –el hombre se rio ásperamente.
–Pero tiene que haber trabajo –insistió Tom–. Santo Cielo, con la
cantidad de cultivos que hay: huertos, uvas, hortalizas… lo he visto.
Necesitarán hombres. Yo he visto todos esos cultivos.
Un niño lloró dentro de la tienda que había al lado del coche. El
hombre entró en la tienda y se oyó su voz quedamente a través de la
lona. Tom cogió el tirante, lo metió en la ranura de la válvula y empezó
a esmerilarla, moviendo la mano de arriba abajo. El llanto del niño
cesó. El joven salió y contempló a Tom.
–Lo haces muy bien –dijo–. Es buena cosa. Te hará falta.
–¿Qué hay de lo que dije? –insistió Tom–. Hay cantidad de cultivos.
El otro se acomodó en cuclillas.
–Te lo voy a explicar –dijo con calma–. Yo he trabajado en una
huerta de melocotones, una gigantesca putada. Allí trabajan nueve
hombres todo el año –hizo una pausa para crear tensión–. Pero cuando los
melocotones están maduros hacen falta tres mil hombres durante dos
semanas. Son necesarios para evitar que se pudran los melocotones.
Entonces, ¿qué hacen? Mandan esos papeles hasta al infierno. Necesitan
tres mil hombres y se presentan seis mil. Contratan a los hombres por lo
que quieran pagarles. Si no te interesa el salario, maldita sea, hay
mil hombres que quieren tu empleo. Así que recoges y recoges y entonces
se acaba. Toda la zona es de melocotón y todo madura al mismo tiempo.
Cuando acabas de recoger, ya no queda ni uno. Y no hay ninguna otra cosa
que hacer en esa puñetera zona. Y entonces los propietarios ya no te
quieren allí y estáis tres mil. El trabajo está acabado. Podríais robar,
emborracharos, simplemente montar bronca. Y además, no tenéis buena
pinta, viviendo en tiendas viejas; es una bonita región, pero vosotros
la apestáis. No os quieren por allí. Os echan a patadas, os obligan a
marchar. Así funciona la cosa.
Tom, que miraba hacia la tienda de su familia, vio a su madre,
pesada y lenta por el cansancio, hacer una pequeña fogata de hojarasca y
poner al fuego las ollas. El círculo de niños se acercó más y los ojos
abiertos y en calma de los niños controlaron todos los movimientos de
las manos de Madre. Un hombre muy viejo, encorvado, salió como un tejón
de una tienda y se puso a fisgar, husmeando el aire conforme se
acercaba.
Con los brazos a la espalda se unió al círculo de niños para
observar a Madre. Ruthie y Winfield, cerca de su madre, dirigían miradas
beligerantes a los extraños.
Tom preguntó airado:
–Hay que recoger los melocotones rápidamente, ¿verdad? Justo cuando están maduros.
–Por supuesto.
–Bueno, supón que esa gente se une y dice «Que se pudran». Seguro que los salarios subían enseguida.
El hombre joven levantó la mirada de las válvulas y miró a Tom con expresión de sarcasmo.
–Vaya, qué idea has tenido. ¿La has pensado tú solito?
–Estoy cansado –dijo Tom–. Estuve conduciendo toda la noche. No
quiero empezar una discusión. Y estoy tan cansado que podría empezar una
fácilmente. No te hagas el gracioso conmigo. Te estoy preguntando.
–Era una broma –sonrió el otro–. Tú no has estado aquí. A alguno ya
se le ocurrió lo mismo. Y a los de la huerta de melocotones también.
Están atentos a ver si los hombres se reúnen, a ver si surge el líder,
tiene que haber uno, el que hable. Pues bien, en cuanto a éste se le
ocurre abrir la boca, lo agarran y lo encierran. Y si aparece otro
líder, pues también lo meten en la cárcel.
–Bueno, en la cárcel uno come por lo menos –dijo Tom.
–Pero los hijos no. Imagínate que estuvieras dentro y tus hijos se estuvieran muriendo de hambre.
Cosas que se me ocurren. Literatura, cine y más. Llegando tarde a las cosas de moda. Just my thoughts. Literature, movies and more. Always late to the new tendencies.
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